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¿Desde cuándo existen las vacaciones escolares?

La pérdida de conocimientos que se produce en el parón veraniego de los niños tiene ya estudios serios y, en EEUU, una asociación. No es algo difícil de investigar, por otra parte. Lo ven los profesores en las primeras pruebas que ponen después de cada verano: aquellos niños que han repasado, lo hacen invariablemente mejor que los que no han hecho nada relacionado con sus tareas escolares durante el verano.

Pero hagamos un poco de historia y vayamos a las razones del parón escolar veraniego, aunque no es difícil intuir algunas en estos días en los que la ola de calor ha provocado protestas de algunas AMPAS en Madrid y en Sevilla y la dispensa para asistir a las clases de final de curso en algunos sitios.

Antes vayamos a “curso”. Según el artículo de Tiempo y Educación, Notas para una genealogía del Almanaque escolar, de Agustín Escolano, Erasmo de Rotterdam usa el término en 1519 y la Universidad de París también, por la misma época. Fueron los jesuitas, según Escolano, los que dividieron a los alumnos por cursos, algo tan criticado ahora por el gurú de la nueva educación Sir Ken Robinson. Fue entonces cuando se empezó a dividir por edades y por niveles. Eso llevó aparejado que se asignara un tiempo determinado a la duración del curso.

En ese artículo, se hace referencia a un reglamento de 1825 sobre el tiempo escolar: “Todos los días serán de Escuela, sin más asuetos que los siguientes: los jueves por la tarde de todas las semanas en que no ocurriere fiesta de precepto, las vacaciones de Navidad desde el veinticinco de Diciembre hasta el seis de Enero, lunes y martes de Carnestolendas y el miércoles de Ceniza por la mañana, los diez días desde el Domingo de Ramos hasta el tercero de Pascua de Resurrección, los feriados que lo fueren de precepto, los días del Rey y de la Reina (sic), todas las tardes de la canícula, y en el mes de Agosto los días de S. Justo y Pastor, de S. Casiano y de S. Josef Calasanz”.

Para fijar las vacaciones se atendían entonces a criterios económicos como que los niños tuvieran que ayudar en la cosecha de verano, también geográficos, por temperatura y por distintos tipos de producciones rurales y los de significación religiosa y política. Luego vinieron las modas de los veraneos de la clase alta y se empezaron a alzar algunas voces sobre todo en Inglaterra sobre la necesidad de que a los niños urbanos les diera un poco de aire y surgen así las primeras colonias de vacaciones, de la mano de la Institución Libre de Enseñanza en el caso español. Es la Reina Isabel II la que se va a las playas del Norte. Pero no tendrán una influencia decisiva en el calendario escolar español.

Además, se empieza a escribir sobre la necesidad de un descanso para los maestros y para los alumnos. Se llega así a finales del XIX y a una ley que estipula que se parará durante 45 días en verano. Mes y medio.

Giner de los Ríos, uno de los padres de la Institución Libre de Enseñanza, también advertía sobre los peligros de un descanso demasiado largo porque podría tener “efectos desaconsejables sobre los hábitos intelectuales de los muchachos”, según relata Escolano, aunque, a la vez, era muy partidario de lo que se llamó “la higiene de las vacaciones”. De todas maneras, el énfasis se ponía más en las necesidades de cambio de aires de los maestros que de los niños, con unas condiciones laborales muy mejorables por la cantidad de horas y la heterogeneidad de los niños. En 1885 las vacaciones quedaban fijadas desde el 24 de julio al seis de septiembre. Los maestros podrían o incluso deberían ir a conferencias para formarse.

Luego, durante los años 20, al dejar bastante autonomía a las autoridades locales para fijar las vacaciones, hubo cierto caos. Las vacaciones quedaban fijadas, según explica el artículo, en el Estatuto de Magisterio de 1923, lo que demuestra que estaban ya asociadas más a las necesidades de los docentes que de los alumnos. En realidad, se mezclaban los intereses de los maestros, con la necesidad de mano de obra infantil en el campo y las teorías higienistas de lo que bien que sentaba también a los niños un cambio de rutina.

Pero eran pocos los niños que se podían permitir esas vacaciones enriquecidas intelectualmente de otra manera. Los esfuerzos filantrópicos de las colonias escolares con los niños pobres llegaron a pocos y, según este historiador, “Para la gran mayoría de los menores que engrosaban el cuerpo de la infancia popular, las vacaciones siguieron siendo un espacio para el trabajo, el abandono o el tedio”.

Y así hemos llegado a la actualidad, a tener unas de las vacaciones más largas de Europa, a planificar campamentos los que pueden, a echar mano de familia los que no, a horas de casa donde se intenta controlar que la actividad favorita no sean los ordenadores y la tele, a horas de deporte en los patronatos municipales y, en el caso de muchos padres, a juzgar por las librerías de los grandes almacenes, a tratar de que se hagan libros de repaso para llegar un poco más en forma mental en septiembre y evitar ese desaprendizaje de verano que, según diversos estudios, explica parte de la desigualdad de resultados. Esos estudios, de hecho, fueron la razón por la que nos animamos ya hace cuatro años a sacar una especie de pilates matemático en Smartick para verano. Los hay que prefieren ceñirse a aquellos deberes del profesor italiano que aconsejaban paseos al atardecer. Hay tiempo para todo. Y, sobre las quejas, conviene recordar la historia que he intentado resumir aquí. Hace siglo y medio la desigualdad se daba entre los que no iban y los acudían todo el año al colegio.

Mientras, parece que entre los padres no hay nada de acuerdo sobre si son largas o cortas.

Fuente: https://www.elmundo.es/

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