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La delincuencia juvenil: fenómeno de la sociedad actual

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La violencia no es producida aleatoriamente, sino que parte de una cultura de conflictos familiares, sociales, económicos y políticos, y en general, del sistema globalizado que a su vez permea las diferentes formas de vida en la sociedad, donde los estilos de vida de los jóvenes son catalogados como formas de delincuencia. El objetivo de esos estilos de vida, sin embargo, sólo consiste en distanciarse culturalmente de una sociedad que los jóvenes no han fabricado. Víctimas de la discriminación social y excluidos de las decisiones importantes, muchos jóvenes carecen de planes o proyectos de vida, y son considerados incapaces de adaptarse al medio social, por lo cual toman la delincuencia como alternativa de sobrevivencia. El fácil acceso a las drogas, la falta de oportunidades de empleo, salud, educación y espacios para la cultura y el deporte, la desintegración familiar, la impunidad, entre otros factores, componen el contexto en el que nace y crece la juventud mexicana del siglo XXI.

Los seres humanos nos encontramos inmersos dentro de un proceso globalizador de las economías en el ámbito mundial, en el cual predominan bloques económicos como Europa, los países asiáticos y Estados Unidos, los cuales tienen gran injerencia en el resto del planeta. Esto, debido a que sus intenciones latentes concuerdan en que lo fundamental es subordinar a todos los hombres de las regiones o zonas para hacerlos fieles consumidores y abastecedores de materias primas.

La sociedad ha fomentado un excesivo individualismo y una consideración del individuo como mera unidad de consumo, pero escasamente ha brindado al individuo un tipo de vida en comunidad o ha ofrecido una escasa influencia en las decisiones de un entorno social.

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En este fenómeno, los medios tienen un papel muy relevante, porque son los encargados de llevar los mensajes a todo el mundo, a todo ser humano. Ellos son en parte los responsables de unificar a la Tierra bajo los mismos parámetros ideológicos. Son los instrumentos socializantes más fuertes en la actualidad, pues han sustituido en gran medida la importancia que tenían los antiguos, tales como la escuela, la familia o la Iglesia.

Buscan crear al hombre de un mismo pensamiento, voluntad, y acción. Con esto, cabe decir que tal vez uno de los objetivos de los medios de comunicación (industria cultural) y de las industrias (empresas transnacionales) es hacer que cada individuo se vea envuelto en la necesidad ideológica de participar en el consumo de productos, práctica que los ideólogos denominan civilización y modernización a la que los pueblos deben sumarse para dejar de pertenecer al grupo de los marginados y pasar así a formar parte de los consumidores.

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Ante esta situación, la violencia aparece como una forma de respuesta ante una frustración social. Este tipo de violencia puede ser también una consecuencia del profundo deterioro al que se ha llegado en un tipo de sociedad que ha puesto sus esperanzas en un mero crecimiento cuantitativo del consumo de bienes materiales y que apenas ha tenido en cuenta al individuo en su dimensión como persona socialmente integrada en una comunidad.

Esta problemática obliga a reflexionar sobre el fenómeno de la violencia y su relación con la juventud. Esta última se resiste a las transformaciones sociales de hoy, pues a lo movedizo que tiene de por sí la personalidad del adolescente en devenir, hay que añadir la incoherencia del mundo actual con sus propagandas, disensiones políticas y religiosas, y las contradicciones de los intereses económicos. Todo esto crea confusión y desorientación desbordante y trágica en la juventud. En tales circunstancias no todos los jóvenes son aptos para ver el mundo tal como es y aceptarlo insertándose en él, íntegra y generosamente.

Por lo anterior, algunos adolescentes y jóvenes aquejados de inmadurez persistente podrían convertirse en antisociales e incluso en delincuentes, si llegan a una particular situación de inadaptación. El adolescente realiza sus primeras tomas de conciencia personales y profundiza en sus sentimientos, ideas y creencias. Su postura ante el mundo adulto es de oposición y de desafío, y esta es una reacción necesaria de defensa de un ser que va tomando las riendas de su existencia.

Además, la actual sociedad industrializada, urbana y consumista —con todo lo que ello comporta: ideología del bienestar, carrera del lucro, primacía del tener sobre el ser, crisis de la familia, soledad, anonimato— es la que segrega la violencia. Ya que, como sociedad de consumo, alimenta deseos o aspiraciones y despierta esperanzas que no puede satisfacer; mientras margina del proceso de producción y de consumo, excluye y discrimina a gran número de personas, clasificando y haciendo de ellas unos inadaptados y rebeldes; pero sobre todo, tiende a destruir los valores morales.

En realidad, cuando la sociedad actual exalta como valores supremos de la vida al placer y al dinero, cuando aplaude el éxito y la riqueza, obtenidos por los medios que fueren, cuando desprecia al hombre honesto como a un ser débil que no es capaz de hacerse valer mientras exalta al fuerte que prevalece sobre los demás con astucia y con violencia, no habría por qué maravillarse de que algunos jóvenes sientan la tentación de recurrir a la violencia para ganar con facilidad y rapidez mucho dinero.

La vida actual origina violencia y agresividad, más aun cuando en un espacio invariable aumenta mucho la población, pues esto genera aglomeraciones y desorden en las grandes urbes, con el cortejo de desagradables complicaciones que llevan consigo: prisa, falta de tiempo, tensión, vida compleja, falta de comunicación afectiva, etc. Si añadimos a esto la anomia, la hipocresía social, la creación consumista de necesidades artificiales, la doble moralidad, etc., comprenderemos que en unas circunstancias de vida tan frustradoras tenga que surgir la violencia y la agresividad como medio para sobrevivir.

La violencia casi siempre lleva consigo la opresión y la injusticia

¿Qué es entonces la violencia?

El uso injusto de la fuerza —física, psicológica y moral— con miras a privar a una persona de un bien al que tiene derecho (en primer lugar el bien de la vida y la salud, el bien de la libertad) o con miras también a impedir una acción libre a la que el hombre tiene derecho u obligarle a hacer lo contrario a su libre voluntad, a sus ideales, a sus intereses. Por lo tanto, no puede llamarse violencia a cualquier uso de la fuerza, sino sólo a un uso injusto que lesione un derecho.

Así pues, para que haya violencia, se requieren dos factores: uso de la fuerza y violación de un derecho.

La violencia semeja la acción estratégica que orienta la fuerza física con la intención de someter o delimitar la elección de las posibilidades de actividad de los dominados.

Etimológicamente, la palabra violencia deriva del latín violentia, vis maior, fuerza mayor, ímpetu. Según el diccionario, es la fuerza o energía desplegada impetuosamente. En el origen, pues, el concepto de violencia denota una realidad moralmente neutra; la calificación que uno puede hacer de ella dependerá del uso o abuso de esta fuerza.

El violento puede serlo con los que conviven bajo su mismo techo. La violencia está presente en las calles, estalla entre los conductores y los transeúntes, entre los viajeros que usan un mismo transporte público, entre los vecinos de la misma escalera. La violencia verbal o gestual brota a menudo en la tienda, en el taller, en la oficina, en el despacho o en la escuela. Y en la mayoría de los casos, los motivos que desatan estos comportamientos violentos, si se miran desapasionadamente, son mínimos, insignificantes, ridículos. Lo que pasa es que son como chispas que encienden el ambiente tenso y crispado a que nos aboca el ritmo trepidante y angustioso de nuestro tiempo.

Sin embargo, la violencia es un fenómeno que no está vinculado exclusivamente a la obtención de bienes o a la satisfacción de necesidades, más bien involucra al propio ser del hombre y no significa necesariamente terror, destrucción o aniquilación física del otro, sino el despliegue de estrategias de coerción para conseguir lo deseado.

Entre centenares de definiciones posibles, la violencia se perfila como la actuación contra una persona o un colectivo empleando la fuerza o la intimidación. De cualquier manera, las descripciones no son neutras, pues llevan consigo un componente subjetivo que depende de los criterios utilizados, tanto jurídicos como institucionales o personales. Por eso se puede afirmar que no hay un criterio universal de la violencia; cada sociedad tiene los suyos propios. Una visión histórica sobre la violencia demuestra que ésta no se circunscribe únicamente a las grandes expresiones como la de la guerra. La violencia ha sido un elemento sustancial de toda la humanidad, ya en sus relaciones políticas, ya en las sociales y personales. Algunos han creído ver en ello la declaración de la agresividad presente en la naturaleza humana como una característica más relacionada con los instintos. Otros, en cambio, opinan que la violencia tiene marcados componentes sociales e incluso culturales.

Ahora bien, que la violencia sea o no innata es de poca importancia. Pero sí importa que la sociedad haga algo por orientarla en su verdadero sentido, por canalizarla como energía de algún modo útil, por prevenirla cuando sea nociva, en todo caso, por contenerla dentro de unos límites tolerables. Sufrimos la violencia inmisericorde de las gentes que no dejan vivir en paz a los demás. La gran mayoría de los seres humanos controla su agresividad, pero unos pocos inadaptados se están haciendo los dueños de las calles y de la noche, de los parques y hasta de las casas ajenas. Pequeños grupos, bandas, forajidos y delincuentes, amedrentan y asustan a los ciudadanos.

Debido a la generalización del fenómeno de la violencia no existen grupos sociales protegidos, es decir, la violencia no es específicamente un problema de pobres o clases sociales marginadas, ni de confrontaciones raciales, económicas o geográficas, sino que la violencia puede acentuarse por género, edad, etnia y clase social, independientemente de si se es víctima o victimario; es decir, la violencia responde a realidades específicas.

Hay que destacar que la violencia, aunque en muchos casos este asociada a la pobreza, no es su consecuencia directa, pero sí es resultado de la forma en que las desigualdades sociales —la negación del derecho a tener acceso de bienes y equipos de entretenimiento, deporte, cultura—, operan en las especificidad de cada grupo social, desencadenando comportamientos violentos. Así pues, la dependencia, la pobreza y marginación no necesariamente generan delincuentes, pues influye también el desarrollo material, individual y social, aspectos que derivan en la vida de los individuos que, al no contar con opciones o alternativas para obtener los ingresos necesarios para mejorar su calidad de vida, están dispuestos a cometer delitos.

Fuente: http://www.scielo.org.mx/

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