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Frustración, muerte y esperanza

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¿No será capaz la muerte de una persona buena de suscitar en nosotros el deseo de una sociedad distinta en que el bien común esté por encima del bien mío?

Por JULIO LEONARDO VALEIRÓN UREÑA 

La pesadez del alma embriaga los sentidos. Un disparo que fulmina una vida. La vida de un “amigo” que hoy muerde la sombra de la tumba. Se trastocan vidas por intereses pasajeros que solo sirven para crear sueños infaustos generadores de desazón y dolor. ¿De qué sirvió el afecto pretérito si el futuro se deshizo tan fácil?

Tan fácil que se desgaja la vida con un simple gatillo que destroza cuerpos sin mediar palabras.

No fue un pandillero de esos que suelen aparecer en las crónicas de sucesos, ni uno de los llamados delincuentes sin alma. No. Como no fue tampoco el asaltante inspirado en alcanzar fama y riqueza rápida. El conocido, el amigo desde hace ya mucho tiempo, el que entraba al hogar como parte de él. Es lo que más duele y crea escozor en el corazón herido, generando incertidumbres.

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Sigue la muerte, en su carnaval continuo, ensombreciendo días y enlutando corazones. Es un desfile cruel, cargado de locura y desconsuelo. Que llena de sangre los sentidos, derramada sin más. Cuerpos que caen desvencijados de la vida. Que aturden y ensordecen los gritos ahogados por el rugir de una pistola.

Las muertes todas que arrancan vidas provocadas por emociones desenfrenadas sin importar si son o no conocidas creando desasosiego y pesadez, aún más si se trata de figuras públicas que han hecho de su vida una ofrenda al bienestar social asumiendo la máxima de servir a los demás haciéndose referentes en una cultura plagada de las imposturas en la gestión de los recursos públicos.

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Tan fácil que se desgaja la vida con un simple gatillo que destroza cuerpos sin mediar palabras.

Estamos inmersos en una selva cargada de emociones negativas que afloran y maldicen la vida. Frustraciones que no encuentran más camino que cegar vidas ajenas. La del otro, sin importar consecuencias. No fue un delincuente, fue un amigo y compañero de siempre. Esa duele aún más. La ceguera brutal que enceguece el alma y el corazón, solo guiada por lo propio, lo que es mío y de mi propiedad. Lo nuestro se fue al carajo.

Tan fácil que se desgaja la vida con un simple gatillo que destroza cuerpos sin mediar palabras.

El ressentiment -resentimiento- que nace de las frustraciones desahogadas en el otro, objeto de tu propia culpa, sin buscar ni querer explicaciones, enceguecido solo por el rencor interiorizado que obnubila razones y estrangula sentimientos. ¿De qué valieron los afectos de familiaridad y cercanía? ¿De qué valieron los años de escolaridad si al final de cuentas las manos solo empuñaron un instrumento de muerte para dirimir diferencias? La educación, la escuela ha sido también una gran perdedora.

El frustrado siempre está preparado para la venganza, encarcelando su pensamiento y sus propios deseos. Cuando se detiene y mira por largo tiempo un abismo, su abismo, el abismo se adueña de su interior, lo empuja, lo ciega. Según Debashish Mridha el rencor es un virus mortal que solo infecta al huésped. Y nada en la tierra consume a un hombre más rápidamente que la pasión del resentimiento, según decía Nietzsche.

¿No será posible que aparezcan y surjan nuevas maneras de ver, conocer y actuar en la vida? ¿No será capaz la muerte de una persona buena de suscitar en nosotros el deseo de una sociedad distinta en que el bien común esté por encima del bien mío? ¿Seguiremos como si nada y solo aportando más violencia a la que ya se nos ha enrostrado en plena cara, así sea con la palabra desalmada? ¿Estarán abandonadas las familias a su suerte como las escuelas? ¿Es que no será posible que aquellos que se dicen los líderes de masas tengan el coraje de dejar de lado sus intereses propios, sus egos y se encuentren a poner por delante los intereses de todos? ¿Seguirá siendo la educación pública el territorio de nadie a merced del oportunismo, el clientelismo, el patrimonialismo y el nepotismo de quienes se hacen dueños de su presupuesto sin que por ello les dé siquiera escozor? ¿Será necesario o imprescindible que algo ocurra y la tierra dominicana quede arrasada como para empezar de nuevo? ¿Es que seguiremos el camino de la lascivia exacerbada sin los tapujos de la moral “arcaica” y los “valores” desencajados?

Ojalá que del dolor profundo que embarga a muchos surjan posibilidades nuevas que construyan puentes entre los corazones y las ideas, que enseñen y, porque no, también aprendan a dirimir sus diferencias mediante el acto dialógico, guiados por la búsqueda del bien de todos, por encima del bien personal. Aprender a servir antes que procurar y querer ser servido.

Pongamos mayores empeños en construir una cultura de respeto y de paz

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