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Roldán, caballero mártir de la Cristiandad

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Dr. Enrique Sánchez Costa

El día de Navidad del año 800, el papa León III corona al rey franco Carlomagno como “Imperator Romanorum”. Y, como el primer emperador romano (Octavio Augusto), Carlomagno reinará durante más de cuatro décadas. El Imperio carolingio se caracterizará por las conquistas militares, la renovación intelectual (el “renacimiento carolingio”) y el fervor religioso. Uno de sus grandes eruditos, Alcuino de York, anhela en sus cartas un “Imperium Christianum” en el que, “del mismo modo que en el Imperio romano, los habitantes estuvieran unidos por una ciudadanía común”. De ahí que se empiece a hablar entonces de “Cristiandad”, para designar al conjunto de pueblos y territorios europeos cohesionados –cultural y espiritualmente– por el cristianismo.

Unos años antes de su coronación como emperador, Carlomagno había sufrido una derrota en la Batalla de Roncesvalles (778). En los Pirineos, en la actual frontera entre Navarra y Francia, los vascones habían emboscado a la retaguardia del ejército carolingio, matando al comandante Roldán. Este hecho histórico inspirará poemas narrativos orales, que cristalizarán, a su vez, en el gran cantar de gesta francés: el Cantar de Roldán. Escrito por un autor anónimo en francés antiguo (anglonormando), quizá hacia los años 1080-1090, este cantar entrevera historia y leyenda, hasta alcanzar resonancias míticas. El poema sustituye a los vascones por los sarracenos, y convierte un episodio militar concreto en una lucha inmemorial entre el Islam y la Cristiandad (encarnada en Carlomagno y en su gran guerrero: Roldán).

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En el poema, tras siete años de campaña en la España islamizada, Carlomagno regresa con su ejército a Francia. El emperador, que ha situado a sus doce pares en la retaguardia del ejército, comandados por Roldán, ofrece más tropas. Roldán se niega: “Que Dios me confunda si desmiento el linaje”. Mientras cruzan los Pirineos, la naturaleza apunta a lo siniestro: “Altos son los montes y tenebrosos los valles, pardas las rocas y temibles los desfiladeros”. Carlomagno presagia lo peor: “Se apodera de él la lástima y no puede evitar el llanto”. Y, en efecto, aparecen pronto en las montañas las huestes sarracenas, mucho más numerosas que las tropas francas de la retaguardia. Se inicia la lucha: “La clara sangre corre por la hierba verde”.

El Cantar de Roldán refleja la sociedad clerical-militar que lo alumbró. Una sociedad jerarquizada y feudal, en la que los héroes son siempre aristócratas y aspiran a servir a “la dulce Francia” y a su señor como buenos guerreros y vasallos. El arzobispo Turpín espolea así a las tropas: “Debemos morir por nuestro rey. ¡Ayudad a sostener la cristiandad! […] Si morís seréis santos mártires y tendréis asiento en el más alto paraíso”. Porque la lucha se entiende como cruzada, en la que “la injusticia es de los paganos y de los cristianos la razón”. Roldán morirá heroicamente, despidiéndose de su espada (“¡Ah, Durandarte, qué hermosa, clara y blanca eres! Contra el sol brillas y llameas”) y rezando a Dios, del que se declara vasallo. Es, en el poema, el caballero mártir de la Cristiandad.

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