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Testimonio familiar: Gratitud en tiempos de Covid-19

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No sé si seremos mejores personas cuando termine todo esto, pero sí sé, que, en nuestras familias, hemos conseguido ser un poquito más agradecidos de todo eso que tantas veces hemos dado por hecho.

Karla Alejandra Vargas Veras

En el contexto del Mes de la Familia, y ya cercanos a ‘Un paso por mi Familia’, queremos dar nuestro testimonio como familia, en este tiempo de pandemia. Tenemos la costumbre de rezar en el carro camino al colegio, y cuando se unen tres chicas en oración, los temas pueden ser muy diversos y las peticiones muchas y de lo más variopintas.

Hoy me parece que fue hace una vida, pero hace solo unos meses, antes de esta tragedia llamada Covid-19, recuerdo la súplica final de una de mis hijas: “Papa Dios, y si puede ser, que por una razón extraña mañana no tengamos clase…”. En España hay una frase popular que dice: “No querías caldo, pues toma tres tazas”, que explica muy bien lo que luego sucedió. Tristemente, la oración fue respondida.

A partir del día que fuimos conscientes de lo inminente e impactante del cambio que se nos venía encima, nuestra vida familiar, como la de todos, jamás sería la misma. La historia se ha repetido en cada casa: aulas en el comedor, gimnasios en la sala, la cocina una cafetería abierta 24 horas y nuestros hogares un búnker sellado herméticamente con el fin de protegernos. Cuando se cerraron las puertas, fuimos forzados a mirar hacia dentro con toda la atención que a veces tenemos dispersa en ese exterior tan atractivo.

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Si tu hogar es ahora tu mundo, ¿de qué quieres que esté lleno? Era la pregunta que me azotaba en las primeras noches de confinamiento. La respuesta, se fue desvelando a lo largo de los días y entendimos, tanto yo como mi esposo Alejandro, que lo importante ya lo teníamos y que se imponía ahora proponerles a nuestras hijas una rutina que las aislara del dolor que este huracán llamado Covid, estaba haciendo diluviar de puertas para afuera.

Mi pieza del rompecabezas era los millones de actividades que ahora mismo no sé de dónde saqué, que llenaban una agenda nueva y divertida para cada día, como si de una aventura maravillosa se tratase, sí, en verdad, serlo, pero ellas, mis hijas de 11 y 7 años en ese momento encajaron la más importante: la actitud.

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Les entusiasmaba todo, se involucraron profundamente en cada juego, cada manualidad, cada video de ballet, sin descuidar nunca sus estudios. No les vi nunca una mala cara ni les escuché una queja en tres meses completos encerradas en casa.

Seguramente echaban de menos elementos de su rutina, el cariño de sus amigos y profesores que ahora era virtual, pero habían conseguido poner el foco en lo más próximo, más seguro e importante que tenemos: La familia. Alejandro y yo fuimos más conscientes, si cabe de los increíbles que son estas dos niñas y de lo bendecidos que somos por ser sus padres.

Protagonistas
Los libros y sus historias se convirtieron en nuestro pasaporte a los viajes que no podíamos hacer, capturar el ángulo correcto de una tarea de deporte era un proyecto de máxima prioridad que nos involucraba a los 4 y el bingo por zoom lo más parecido a un abrazo a los abuelos, que tenemos tan lejos…

Tuvimos más miedo que nunca, pero estábamos unidos y agradecidos de todo lo más pequeño y cotidiano que antes no supimos ver. Conscientes de que, en medio del tsunami, éramos muy privilegiados, ¡al estar vivos, sanos y unidos!

Lamentablemente esto no ha acabado aún. Hay escenas de este capítulo de nuestras vidas que tenemos que escribir todavía, esperando que no sean muchas y que todas sean felices. Sin embargo, ya he escuchado de mis hijas frases que van a resonar por siempre en mi recuerdo:

-“Mi hermana es mi mejor amiga y con quien mejor me la paso”.

-“Si el coronavirus tiene algo bueno es que ahora entiendo qué es lo verdaderamente importante y que, con mi familia, soy muy feliz”.

La prueba fehaciente de que hay lecciones aprendidas llegaba estos días cuando las niñas se reincorporaban por fin al colegio y la oración de la mañana era ya otra:

-Gracias Papá Dios porque podemos ir al cole. No te olvides de todos los niños que no pueden, ni de los enfermos y sus familias.

Fuente: Listín Diario

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