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Ciudadanía y pensamiento crítico    

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Emelinda Padilla
Santo Domingo, RD

Para quienes hacemos docencia a nivel superior, es muy probable que deseemos encontrar en las salas de clase, estudiantes críticos, que analicen, que pregunten e indaguen sobre el conocimiento, que valoren el aprendizaje y su importancia dentro de sus respectivos proyectos de vida, etc.

Mayoritariamente nos encontramos con una realidad muy diferente, que provoca el planteamiento de un sin fin de interrogantes tales como ¿son nuestros estudiantes el fruto de una educación secundaria, que los instruyó en esas características que nosotros buscamos en ellos?, ¿Realmente podemos esperar tanto de ellos, si sus estructuras mentales no han sido acostumbradas a aquello? Parece que, en general, la respuesta es no, lo que se constituye en un reto para nuestra labor pedagógica y social.

Los estudiantes inician su camino universitario con serias falencias que no hacen otra cosa que disminuir las posibilidades de éxito en su proceso formativo. La respuesta negativa dada a las preguntas señaladas tiene que ver con aspectos complejos, que es preciso analizar, si se quiere abordar responsablemente el tema de la formación de profesionales con pensamiento crítico.

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No resulta extraño el reconocer que vivimos tiempos caracterizados por cambios acelerados, en medio de una sociedad en pleno desarrollo. Diariamente se hace más necesario aprender continuamente y estar actualizado. En este contexto, nos vemos enfrentados a un acceso expedito y diverso de información, que a su vez se produce, se distribuye, se consume y se abandona a una velocidad cada día más acelerada, acarreando ello nuevas exigencias y desafíos a las personas y a los grupos sociales y por sobre todo, a la educación de los mismos.

Uno de estos desafíos tiene que ver con la necesidad de formar ciudadanos con capacidad de adaptación y aprendizaje, donde no basta simplemente con ser alguien informado. Vemos que este escenario requiere además de personas que asuman verdaderos roles de participación y colaboración, que actúen guiados por una ética abierta al entendimiento, siendo el diálogo su vehículo principal.

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Lo anterior, implica contar con determinadas habilidades que hoy se asocian a determinadas competencias, individuales y cooperativas, que permitan hacer un buen uso de la información disponible y a su vez, generar nuevos contenidos. Esto se reafirma con lo planteado por M. Lipman (1990), al señalar que uno de los supuestos fundamentales que subyace a la idea de democracia ha sido el que los miembros de una sociedad de este tipo no deben simplemente estar informados, sino que deben ser reflexivos; no deben ser simplemente conscientes de los problemas sino que tienen que tratarlos de forma racional.

Un ciudadano responsable es aquél capaz de pensar críticamente, y de dominar estrategias propias del proceso reflexivo. Formar a un ciudadano responsable, supone formarle para que sea capaz de responder de forma adecuada a las exigencias planteadas por situaciones problemáticas, y su formación en este sentido, implica hacer un giro en cuanto a poner el acento en el desarrollo del pensamiento y no solo en el aprendizaje.

En la racionalidad que demanda este tipo de ciudadanía, distinguimos un escenario que nos lleva a reconocer una gran demanda por el ejercicio de un pensamiento crítico, creativo y colaborativo, lo que M. Lipman (1990) llama pensamiento complejo o de orden superior. Es así que mirándolo desde la perspectiva educativa, reconocemos una demanda fundamental por un docente con un rol más amplio que el de simple transmisor de conocimiento, esto es, un docente que es capaz de diseñar los ambientes y las experiencias de aprendizaje, facilitar la deliberación en la toma de decisiones de los estudiantes, así como aprovechar las oportunidades de aprendizaje que posiblemente irán generando los mismos alumnos.

Formar estudiantes para que sean capaces de pensar críticamente, no solamente sobre los contenidos académicos sino también sobre problemas de la vida diaria es un objetivo de gran relevancia, tanto para el sistema educativo como para la sociedad en general. Promover experiencias que estimulen el ejercicio del pensamiento crítico es fundamental en este mundo complejo, donde la información ya no es un problema pero sí lo es la valoración crítica de la misma.

 

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