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Las adolescentes no creen que su maternidad temprana sea un indicador de riesgo de exclusión social

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En España, la maternidad adolescente es un fenómeno poco visible que afecta a casi ocho de cada mil mujeres de entre 15 y 19 años. Esta cifra se enmarca en un contexto en el que, en estas edades, el 65,7% de las chicas se encuentransexualmente activas frente al 67,1% de los chicos, y en el que la tasa de interrupciones voluntarias del embarazo en mujeres menores de 19 años se sitúa en 9,8 mujeres de cada 1.000.

La evolución de este fenómeno ha sido variable. Entre 1996 y 2008 se duplicó la tasa de fecundidad adolescente (pasando de 7,37 nacimientos por 1.000 mujeres entre 15 y 19 años a 13,3). Entre 2008 y 2015 la tasa ha vuelto a bajar (7,74) pero no deja de ser significativo que se sitúe en los mismos niveles de hace dos décadas.

Por estos motivos, la maternidad adolescente sigue siendo un fenómeno de trascendencia social a tener en cuenta en el establecimiento de políticas públicas referentes a salud sexual y reproductiva, relaciones de género y de pareja y los modelos de planificación familiar y transición a la vida adulta de las nuevas generaciones.

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Una de las principales conclusiones es que el significado que las mujeres que fueron madres adolescentes otorgan a su embarazo, cuidado y crianza infantil, al mismo tiempo que han estado realizando su transición a la vida adulta, no es únicamente negativo. La valoración positiva que en general las madres jóvenes hacen de sus vivencias tiene que ver con el desarrollo de un amor incondicional hacia sus hijos e hijas, con la asunción de responsabilidades como forma de madurez y con el refuerzo de su identidad como mujeres, lo cual viene a contradecir en cierta forma la visión tradicional del fenómeno como indicador de riesgo de exclusión social para ellas.

Una vez asumida la situación –un trance que reconocen no está exento de episodios incluso dramáticos-, en general la maternidad es percibida como una forma de identificación con sus propias madres y una confirmación de su feminidad, además de una oportunidad para ser felices por criar a su hijo o hija sin que haya una gran diferencia etaria con él o ella.

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Por otra parte, destaca también el hecho de que de forma mayoritaria señalan sentirse (o haberse sentido) continuamente sometidas a juicios de valor por parte de quienes les rodean, tanto adultos como coetáneos, lo cual mina su tranquilidad y su motivación a la hora de asumir el rol materno.

Ante esta hostilidad percibida del entorno, en la mayoría de los casos se produce un mecanismo de defensa que consiste en «sublimar» su relación de pareja. Muchas de las entrevistadas consideran que, tal y como afirman los autores del estudio: «Su novio es todo lo que les hace falta, que él llena todos los vacíos que sienten y que junto a él todo es posible». En sus afirmaciones se percibe que consideran a su pareja un «refugio» para esconderse de un mundo que ellas perciben como hostil y ajeno, porque no las entiende, no las acepta o porque no secunda los cambios psico-físicos que ellas están viviendo en su fase post-infantil y pre-adulta. Esas dinámicas en general acaban configurando relaciones asimétricas de poder con sus parejas que las hacen dependientes.

Para algunas entrevistadas asumir y cumplir sus responsabilidades de madres de forma modélica es también una forma de reaccionar a esa incomprensión percibida. Afirman que lo único que pueden hacer es demostrar siempre su dedicación y su disponibilidad con el hijo, incluso cuando esto implica admitir los propios errores y las propias frustraciones o desatender otros compromisos, como los estudios. De esta forma sienten que pueden escapar en cierta forma al juicio social.

Una vez nacido el hijo o hija, su posibilidad de conciliar las tareas derivadas de su maternidad con lo normal a su edad (como seguir estudiando, salir con amistades…) depende en gran medida de los apoyos (formales e informales) que ellas consigan activar.

En todos los casos, los relatos insisten en lo que son (adolescentes), lo que quieren ser (madres felices) y lo que hubieran podido ser (sin el hijo), lo cual refleja una cierta ambivalencia con esa valoración positiva de la experiencia en general, pero con realidades también dramáticas, de lo que están viviendo. La visión distorsionada del amor por el padre biológico de su hijo o hija altera una toma de decisiones inicial que, en la mayoría de los casos, afectará a sutrayectoria en solitario o acompañada de sus propios progenitores.

En cualquier caso, el estudio, realizado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, confirma que en las representaciones de la experiencia materna de mujeres jóvenes españolas que parieron su primer hijo cuando tenían una edad comprendida entre 14 y 19 años, algunas de forma intencional y otras no, se encuentran discursos ricos en matices que merecen replantear la forma en que se valoran sus experiencias adoptando una mirada más amplia. Desde la decisión de mantener relaciones sexuales sin protección hasta la decisión de emprender la nueva vida acompañada o en solitario, existen circunstancias particulares que personalizan el fenómeno.

Fuente: abc.es

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