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El sentirnos escuchados

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La intimidad personal está vedada al exterior, pero a veces el nivel de presión y conflicto implica la necesidad de apertura al otro, porque la persona experimenta la dificultad de convivir consigo misma.

Al mismo tiempo que la persona experimenta la necesidad de hablar, de abrir su yo, percibe también la acogida o no del “tú” que escucha. La escucha se prolonga en la obligación de acoger lo que el otro diga.

Cuando la escucha ha sido positiva, el “algo” ha llegado a su destino y se ha diluido la intensidad del conflicto del yo portador.

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Cuando hablamos y escuchamos se nos revela la trama de la Inter-subjetividad de la convivencia y del hecho de ser sujetos sociales.

Escuchar es estar pendiente de quien habla: se trata de estar “colgados” del otro y con el otro, de su ser y de su contenido verbal.

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El fundamento de la escucha es el respeto profundo al otro. La escucha activa implica acoger lo que se dice y a quién lo dice. Escuchar es una de las formas de interrelacionarse más potentes del ser humano.

Escuchar es silenciar mi ser, es acallar mi egoísmo, es curar mi herida narcisista y mis ganas de omnipresencia ante el otro. La persona tiene que estar “descentrada” de sí misma. La persona es tanto más “ella misma” cuanto menos está en ella. Por el contrario, “ensimismarse” es centrarse en uno mismo, hacer de la propia intimidad el centro de la vida personal, con exclusión de cualquiera.

Si aprendemos a escuchar mejoramos nuestra forma de hablar.

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