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¿Realmente tienen los docentes “un mes de vacaciones”?

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Si quieres tocarle las narices a un profesor, no hay nada mejor que sacar a colación sus “un mes de vacaciones”. No hace falta ni siquiera añadir el clásico “¡qué bien viven!” o la coletilla “y luego se quejan”. Con eso suele ser más que suficiente para echar sal a una herida mucho más profunda, la del progresivo desprestigio de los profesores que tiene en esta apelación a su supuesta vaguería una de sus expresiones más extendidas.

De igual manera que nadie diría que un abogado solo trabaja las horas que pasa en un tribunal, los profesores dedican el resto de su jornada a otras actividades, desde recibir a padres hasta corregir exámenes, pasando por claustros o guardias.

Si hiciéramos una huelga de celo y solo trabajáramos lo que nos corresponde, no habría exámenes corregidos ni notas puestas.

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“Que a mí me expliquen donde están las vacaciones, porque a mí no me salen las cuentas”, matiza una profesora. Supongo, respondo, que es la suma con Navidad y Semana Santa. Pero julio no es un mes vacacional, aunque no haya clases. Como me recuerda otro profesor del sector público,  tienen que estar disponibles todo el mes (“para temas de actas, oposiciones, reclamaciones, recursos…”) y personarse en un plazo máximo de 48 horas. Y eso sin tener en cuenta los que son despedidos en verano y cobran paro esos dos meses, algo habitual en el sector privado. El profesor propone darle la vuelta a la tortilla: “Si hiciéramos una huelga de celo y solo trabajáramos lo que nos corresponde, no habría exámenes corregidos, ni notas puestas, ni alumnos evaluados”.

El trabajo invisible

Esa es otra: la del trabajo invisible de los profesores, que los que hemos convivido con ellos hemos podido ver con nuestros propios ojos en forma, por ejemplo, de montañas de exámenes corregidos en largos maratones dominicales o de largas reuniones de evaluación que acaban por la noche. Pongámonos en el absurdo de equiparar el calendario de los profesores con el de otras profesiones: ¿alguien cree que es, ya no factible, sino medianamente razonable que un docente de ocho horas de clase al día durante 11 meses al año, incluido julio. ¿Con qué dinero se pagaría?

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Las vacaciones son para el verano

Pongámonos ahora en otro supuesto, en el cual, efectivamente, los profesores recogen los útiles el 21 de junio a las tres de la tarde, el colegio echa el cierre hasta finales de agosto, y el cuerpo de docentes en su conjunto tiene más de dos meses para ver las nubes pasar. ¿Cuál es exactamente el problema, más allá de una envidia? ¿No se trata, en todo caso, de una aspiración legítima siempre y cuando uno no sea un ‘workaholic’? ¿Nos parece mal que un adulto (probablemente con hijos) pueda tener tiempo libre durante el verano o nos parece mal porque nosotros no lo tenemos y preferimos el “mal de muchos”?

El problema es que el colegio se ha convertido en una guardería que, para más ofensa, no ofrece sus servicios durante todo el año.

En otras palabras: ¿no se trata de otro signo más de que nos hemos obligado a aceptar jornadas leoninas, una existencia hiperconectada al trabajo durante 24 horas al día los siete días a la semana, y que pretendemos que el resto haga lo mismo? El verano era tradicionalmente la época del año dedicada a los niños, la del retorno al pueblo (a los abuelos, a los tíos, a los primos, los amigos…) y al reencuentro con los padres que habían pasado el resto del año trabajando. Una época familiar por antonomasia que conformaba recuerdos imborrables y que ha terminado por convertirse en un quebradero de cabeza, especialmente en los hogares donde los dos miembros de la familia trabajan.

Al final, la guerra discursiva contra los profesores en realidad no es más que el síntoma de un problema más profundo, el de la conciliación laboral. O, en otras palabras, qué hacemos con los niños cuando no están en el colegio. Hace un par de semanas, padres furiosos protestaron porque una escuela cerrase sus puertas los viernes al mediodía, básicamente, porque les obligaba a ir a recoger a sus hijos antes. A lo largo del año, los niños ven sus agendas llenas de clases extraescolares, deportes e idiomas con el objetivo, en parte, de tenerlos entretenidos hasta que los padres puedan volver al hogar después de haber hecho un buen puñado de horas extra (no remuneradas) para sus empresas.

El verdadero problema de los profesores o, mejor dicho, de los colegios es que sus horarios no encajan con la jornada laboral de los trabajadores, que se ven obligados a buscar alternativas durante los meses de verano. “A lo mejor debe ser la sociedad la que se adapte al calendario escolar, no la docencia la que se adapte a los padres”, afirma un profesor “Ahí está el centro de la cuestión para mí; deben ser los padres los que luchen por sus derechos, no hacer que el resto pierda los suyos”. Pero probablemente resulta más cómodo (y catártico) intentar que se extienda el modelo “colegio-como-guardería” a los meses de verano que dar la vuelta a un modelo de explotación laboral que parece global e irreversible y, lo que es peor, en muchos casos es interiorizado como forma imprescindible de sobrevivir o medrar en tu carrera profesional.

Pídele cuentas al rey

El profesor se convierte, así, en el chivo expiatorio de los problemas causados por las dificultades de conciliación laboral, de igual manera que el trabajador de un ‘call center’ tiene que enfrentar los problemas de los clientes insatisfechos con el servicio. Si hay algo que está claro, es que, si eres el eslabón más débil, no puedes tener ningún aparente privilegio. “Quizá el problema aquí es que el empresario medio  emprendedor quiere que trabajes15 horas y te olvides de que tienes una familia”. Así, los colegios han terminado diversificándose como un lugar donde dejar a los niños mientras que las empresas se han lavado las manos respecto a las soluciones.

Es cada vez más habitual que un sector profesional reciba las iras del resto de la sociedad sin que a nadie se le ocurra reclamar a sus superiores.

Hay parches más o menos útiles, claro, que pasan por promover y financiar medidas de conciliación que no hagan recaer en el sistema docente y sus profesionales unas tareas que en sí no les corresponden.

Mientras tanto, asistimos a otra batalla en una guerra que cada día nos suena más: la de un sector profesional contra otro, la del trabajador contra el trabajador, que consideran que la única medida posible es la de igualar a todos por lo bajo. Al día de hoy, parece mucho más plausible que los profesores terminen dando clase hasta finales de junio, para que los padres puedan seguir trabajado desde el amanecer hasta la noche sin tener que romperse la cabeza con qué hacer con ellos, que se obligue a las empresas a flexibilizar sus horarios e incentivar la conciliación (de verdad, no utilizándola como un arma para contratar solo a personas sin cargas familiares). La próxima vez que sienta envidia por los tres meses de vacaciones del profesor de su hijo, dedique de paso unos segundos a saber qué van hacer este verano sus superiores… y durante cuánto tiempo.

 

Fuente: blogs.elconfidencial.com

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